Nuevas obligaciones
NUEVAS OBLIGACIONES
TENDRÉ que hacer una nevada montaña
de este montón de harina,
un bosque de estas tres enfiladas encinas
que miro y están solas,
una cascada del chorro de agua fría
que mi mano intercepta
y de la concesión, un géiser.
Desconectada, como erizo sin su cueva entre el pasto,
tendré que prevenirme de tanta ímproba realidad,
alta en el árbol del malestar,
como mono que va perdiendo su selva.”Ida Vitale
Dicen los que no saben -o no observan- que un atardecer siempre se parece a otro, que son prácticamente el mismo, y que si fotografiaste uno o alguien más lo hizo condensa todos los atardeceres del mundo.
Se puede ser reduccionista en el mismo modo con las personas, los edificios, las guerras y todo lo humano con sus artificios incluidos. Se suelen menospreciar las fotografías de naturaleza por no caber dentro de la categoría de la «grandiosa» humanidad. Tan centrados estamos en nuestro ego que lo que llamamos un posible «fin del mundo» no es otra cosa que el fin de la humanidad. Como si el mundo se acabara con nosotros.
Ese menosprecio a la fotografía de naturaleza se da también al ejercicio de esa práctica desde lo cotidiano: los autorretratos, las fotos del jardín o del interior.
En épocas de confinamiento y aislamiento obligatorio es una buena oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos, con lo que nos rodea incluido lo cotidiano.
Para ojos (y mentes) comunes un atardecer puede ser idéntico al del día anterior, pero si se ve desde una mente abierta, con una visión de principiante, se hace evidente lo que el velo de la mente nos oculta: ningún atardecer es exactamente igual al anterior y por lo mismo hay infinitas posibilidades en lo cotidiano.
Como en un tablero de ajedrez con su espacio limitado, movimientos reducidos, reglas definidas y sus piezas contadas las posibilidades pueden ser casi infinitas.
Redescubrir los espacios cotidianos e interiores con la mirada del asombro y del milagro diario.
Tener como nueva obligación no hacer fotografías desde las modas pasajeras sino con la mirada en la que los niños son los grandes expertos: la admiración por lo común, el asombro de lo diario, el milagro en lo cercano.
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