Fotografía,  recomendaciones literarias

Pájaros desencadenantes

Para alguien ajeno a esa afición, ver a alguien pararse de la cama con los primeros rayos del sol, calzarse las botas y la cámara (o unos prismáticos) para ir a algún sitio a observar aves puede resultar por lo menos un poco excéntrico o absurdo a ojo ajeno.

Si usted conoce a alguien en esa situación (como el señor que escribe éstas palabras) y de verdad no entiende porqué no puede quedarse en cama un rato más para ir a stalkear «pajaritos» la gran novela autobiográfica «Los pájaros, el arte y la vida»de Kyo Maclear es para usted.

Ebook y plumas de búho cornudo

El libro explica muy bien qué tan fascinante puede ser éste mundo para alguien, con tajantes lineas como éstas:

«Había descubierto que su felicidad tenía forma de pájaro«

«Pasaba la mayor parte del tiempo sumido en un estado de inseguridad lamentable. Ahora paso horas tratando de avistar unos animalitos distantes a los que les importa un huevo que los vea o no. Paso la mayor parte del tiempo amando algo que nunca responderá mi amor. Menuda lección sobre la irrelevancia«

«Todos los aficionados a los pájaros que he conocido compartían apenas un secreto muy sencillo: si escuchas a los pájaros, cada día tendrá su propia canción»

No diré nada de la historia propia del libro, que atrapa y no suelta. Pero un concepto que me agradó mucho fue el de «los pájaros desencadenantes» es decir, las aves que de alguna forma te cautivaron a tal punto como para irte de lleno a ese fascinante mundo de la observación de aves.
En mi caso el pájaro que lo desencadenó todo fue el mosquero cardenal (Pyrocephalus rubinus)

Cuando me mudé al campo fue el primer pájaro que llamó mi atención por su rojo (o bermellón) plumaje, su canto y sus hábitos, y desde ahí empecé el viaje sin retorno de investigar más sobre ellos, y después de las demás aves de mi entorno.


Salir y fotografiarlo, editar y publicar esas fotos, después investigar sobre sus hábitos y su alimentación, como lucen las hembras de ésta especie (recordando que casi siempre el macho es el más vistoso en las especies animales) me llenaba de alegría.

Después había un canto, una especie de silbido que la primera vez que escuché pensé que era alguien que se aproximaba en el camino, un humano silbando una alegre melodía, hasta que posado en un árbol vi por primera vez al emisor de ese curioso silbido, y no, no era una persona, era el famoso «pibí tengo frío».
Llegué a casa a pasar las fotos a la computadora, subí una captura a Inaturalist y así supe que era
Contopus pertinax, el llamado «pibí tengo frío» ya que su melodía a oídos de algunas personas parece que dice melodiosamente: tengo frío (aquí se puede escuchar)


E irremediablemente ese hábito paso a todas las demás aves que veía en mi andar fotográfico: los cuervos, las águilas, los colibríes, los milanos, tiranos, cernícalos, búhos, etc)

Y como dice el libro, desde entonces mi felicidad tiene forma de pájaro, de cámara en mano y de mi perro recorriendo caminos juntos.

 

Cúmulo de contradicciones. Aprendí a andar en bicicleta a los 23 años. Tengo un burro de mascota. Aficionado al café, las montañas, la naturaleza, la cerveza y la lectura. Hago fotografías cada que puedo.

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