Un espejo que humea
<<En un principio se le dedicó demasiada reflexión inútil a la pregunta de si la fotografía es un arte. Pero la cuestión fundamental, si la invención misma de la fotografía no habría transformado la naturaleza del arte, nunca se planteó.>>
—Walter Benjamin
Hasta el cansancio hemos escuchado esa «virtud» que primero se le atribuía a la pintura y ahora a la fotografía: un fiel retrato de lo que se ve.
Un pincel, un lápiz, una máquina de escribir o una cámara. Todos tienen en común ser un instrumento, desprovisto de intención/visión. Una herramienta que usa un ser humano.
Podemos desde una hoja en blanco y una pluma decir barbaridades, hacer patrones inconexos, escribir la lista del super o el mejor inicio de una novela que se haya leído jamás, no escuchamos a nadie decir que esa hoja de papel tiene la virtud de imparcialidad, de retrato fiel de los hechos.
Es la persona quien posee o no esas virtudes: Un fotógrafo dependiendo de su orientación puede retratar al peor de los dictadores como un santo, o al contrario encontrar el punto en el que al tirano con mascara de bonachón se le cae el disfraz.
La realidad está ahí como lienzo en blanco, y la persona llena el cuadro de la foto dependiendo de su intención. El artista no retrata las cosas como son sino como las siente, el periodista según el encargo y su escala de valores ¿y tú? ¿cómo retratas la irealidad de lo real?.
La cámara es un espejo que humea. Un artificio que se permea de nuestro calor o frialdad.