Aprender a fotografiar en la era de la técnica
(Film de 35mm Redscale, 2011, Minolta SRT 200)
Hay quienes examinan todo con el esquema de la proporción aurea tatuada en la retina, los mismos que pretenden establecer tu valía de acuerdo a sus conceptos cuadrados y que con la neurosis a flor de piel dictaminan si eres digno de su atención si es que no omitiste ninguna tilde o usaste mal el punto y coma, si el horizonte está ligeramente tirado a la izquierda en tu fotografía, porque para algunos parece ser más importante la forma que el contenido, la técnica al mensaje.
Van por la vida con su itinerario y sus reglas, y si algo se sale de su presupuesto no saben cómo reaccionar, son una especie de turistas de la realidad.
Con sus guías y mapas bien marcados van rodeando la superficie de las cosas y jamás se adentran a la verdadera esencia de lo que tienen enfrente; la tormenta viene y si su guía –o neurosis- mental no está prevenida para ello pierden la cabeza.
El error del turista es querer tener todo bajo control; esa es la distinción principal entre un turista y un viajero: el segundo se adapta a las circunstancias, conoce y ve más allá de lo común y no le teme a lo otro, a lo distinto, todo lo que él no es.
En la novela “Aprender a rezar en la era de la técnica” de Gonçalo Tavares en ciertos pasajes se muestran las disertaciones del personaje principal, un médico hijo de puta criado por un ex militar que aprendió a la mala a adentrarse más allá de lo inmediato: “Se sabe bien hacia dónde va cada cosa. Pero donde la naturaleza veía orden, la ciudad veía algo extraño” se decía a si mismo el personaje, y es que el orden de las cosas no es el mismo para un juez que para una cebra que corre para salvar su vida.
“Ninguna cebra entendería porqué hablar en público te liberaría las mismas hormonas que ella libera cuando está corriendo por su vida” decía Robert Sapolsky en el documental “Stress: Portrait of a killer” pero un viajero y sobre todo un humano con toda la plasticidad de su cerebro podría perfectamente situarse en la circunstancia de lo ajeno. Esa es la clave para el desarrollo de cualquier actividad, seas fotógrafo, médico, informático […]
El protagonista del libro antes mencionado hace una distinción interesante sobre los dos estados de la naturaleza, uno totalmente accesible al turista, previsible en sus ciclos, como una maquina lenta que tiene bien definidas sus instrucciones, diseñada para que cualquiera con un poco de sentido común pudiera admirarla o controlarla.
“El otro momento de la naturaleza, el momento donde se vuelve guerrera; sólo entonces vale la pena hacerle fotos” la maquina se torna mucho más rápida e inestable por lo tanto ahuyenta al pequeño turista e invita al viajero a adentrarse en ella.
Las piezas verdes y hermosas de la naturaleza que parecen hechas para la contemplación se tornan de pronto en matices múltiples y las piezas se vuelven armas contra el intruso, ahí viene la astucia de un verdadero fotógrafo, saber domar tres maquinarias al mismo tiempo, para hacer un engranaje perfecto: la naturaleza y su momento guerrero, la técnica para controlar su instrumento llamado cámara, y la maquinaria mental para poder captar algo digno de ser visto, apreciado y codiciado.
Un comentario
Pingback: