Fotografía,  recomendaciones literarias

La vida privada de las cosas

El título de esta entrada es quizá una innecesaria paráfrasis (o tributo) a una de mis novelas favoritas, de nombre: «La vida privada de los árboles» del chileno Alejandro Zambra, para tratar de explicar algo que de inicio parece no tener conexión: las páginas de ese libro son descritas perfectamente por varios críticos con una metáfora contundente; reseñan las historias de este autor chileno como Incendios Cotidianos; esos momentos en los que quizá no pasa nada (o eso que pasa es justo la expectativa de que algo o alguien nos suceda) en donde la espera y lo que suscita son los verdaderos protagonistas; el instante que todo lo cambia hace su aparición repentina y nos despierta del letargo de lo habitual.
Aguardar el momento clave es la virtud máxima de un fotógrafo -quien no sepa hacerlo está destinado a no triunfar en el medio-, y hallar la ocasión justa en la que al tedio lo devora el incendio del instante decisivo es (o debería ser) la tarea principal de un fotógrafo.

Cuando el acto de fotografiar está a la mano de cualquiera que tenga un teléfono celular en el bolsillo, cuando se le ofrendan millones de éstas fotos a la insaciable bestia de las redes sociales, cuando cualquiera puede hacer fotos, la figura del «fotógrafo» sobrevive gracias a la espera, a la habilidad de ver lo que otros no pueden o no quieren ver, para la gran mayoría el despertarse temprano, caminar varias millas, esperar la luz adecuada, poner los settings adecuados en la cámara, analizar la toma antes de disparar y todo eso por unas cuantas fotos de una telaraña (pacientemente tejida por una igual de asombrosa araña) puede parecer más que ridículo para la gente común. Esa araña y su artificio para cazar está ahí pacientemente esperando su presa, la mayoría con sus smartphones y tareas jamás va a reparar en ella, en su vida privada es un milagro que sucede sin que nadie lo note, hasta que llega un fotógrafo que pasa bastantes minutos con ese incendio cotidiano, a la araña (mientras que no se le dañe) le da lo mismo las fotos que pueda hacer el individuo, su mundo sigue, al igual que el de todos, pero por ese pequeño instante se descubre un milagro, un tesoro enterrado en lo cotidiano.



Cúmulo de contradicciones. Aprendí a andar en bicicleta a los 23 años. Tengo un burro de mascota. Aficionado al café, las montañas, la naturaleza, la cerveza y la lectura. Hago fotografías cada que puedo.

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