Fotografía

El tonto fotográfico

Nasreddin, Nasrudín o Hodia es un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antiheroe del islam, un tonto sagrado que con sus peculiares formas y respuestas evidencía la condición humana, con sus historias nos enseña algo de nosotros mismos. Ha sido usado no sólo por el sufísmo sino por budistas, ateos, y gente en general.

En ésta ocasión recopilo algunos relatos de éste maestro cotidiano para evidenciar enseñanzas que nos pueden ayudar en lo fotográfico:

Un sabio forastero llegó a Aksehir. Deseaba desafiar al hombre más docto de la ciudad y le presentaron a Nasrudin. El sabio trazó un círculo en el suelo con un palo. Nasrudín cogió el mismo palo y dividió el círculo en dos partes iguales. El sabio trazó otra línea vertical para dividirlo en cuatro partes iguales. Nasrudín hizo un gesto como si tomara las tres partes para sí y dejara la cuarta para el otro. El sabio sacudió la mano hacia el suelo. Nasrudín hizo lo contrario.

Se acabó la competencia y el sabio explicó:¡Este señor es increíble!, le dije que el mundo es redondo, me contestó que pasa el ecuador terrestre por el medio. Lo dividí en cuatro partes, me dijo «las tres partes son de agua, la cuarta es de tierra». Le pregunté «¿por qué llueve?», me contestó «el agua se evapora, sube al cielo y se convierte en nubes».

Los ciudadanos deseaban conocer la versión de Nasrudín: – ¡Qué tipo más glotón!, me dijo: «si tuviéramos una bandeja de dulce de hojaldre», yo le dije «la mitad es para mí». Me preguntó «¿si lo dividiéramos en cuatro partes?», yo le contesté «me comeré las tres partes». Me propuso «¿si le echáramos pistachos molidos?», yo le dije «buena idea, pero se necesita un fuego alto. Quedó vencido y se fue….»

En la fotografía no sólo existe lo que el fotógrafo quizo expresar sino lo que ve el otro, hay quiénes le dan un significado profundo a un circulo en el suelo y quiénes sólo ven una aburrida forma geométrica. Se habla mucho de la intención y mirada del fotógrafo pero no de la mirada e interpretación del espectador de una fotografía.

Mulla Nasrudín inicio un viaje hacia tierras lejanas, motivo por el cual se consiguió una cimitarra y una lanza. En el camino, un bandido cuya única arma era un bastón, se le echo encima y lo despojo de sus pertenencias.
Cuando llego a la ciudad más próxima, el Mulla contó su desgracia a sus amigos, quienes le preguntaron como había sucedido que él, estando armado con una cimitarra y una lanza, no hubiera podido dominar a un ladrón armado con un modesto bastón.
El replico: El problema fue precisamente que yo tenía las dos manos ocupadas, una con la cimitarra y la otra con la lanza. ¿Cómo creen ustedes que hubiera podido salir airoso?


Cargar con 4 longitudes de lente distintas, filtros, flashes y cualquier otra herramienta «por si acaso» en ocaciones resulta contraproducente. Viajar ligero con una sola cámara, un sólo lente puede ayudarnos a explotar más nuestra creatividad. Entre tanta posibilidad la inmovilidad se acrecienta.

Nasrudin solía cruzar la frontera todos los días, con las cestas de su asno cargadas de paja. Como admitía ser un contrabandista cuando volvía a casa por las noches, los guardas de la frontera le registraban una y otra vez. Registraban su persona, cernían la paja, la sumergían en agua, e incluso la quemaban de vez en cuando.
Mientras tanto, la prosperidad de Nasrudin aumentaba visiblemente.
Un dia se retiró y fue a vivir a otro país, donde, unos años más tarde, le encontró uno de los aduaneros.

Ahora me lo puedes decir, Nasrudin, ¿Que pasabas de contrabando, que nunca pudimos descubrirlo?

Asnos – contesto Nasrudin.

Lo llamado «obvio» a veces no lo es tanto, hay cosas que damos por hecho en lo cotidiano que si lo viéramos con ojos de niño o de principiante no pasaríamos por alto. Sin duda una de las mejores herramientas con las que cuenta un fotógrafo en la era donde todos hacen fotografías es ver lo que otros no… lo que se pierde en lo cotidiano.

Hodia llegó a ser amigo cercano del sultán. Su sabiduría y buen humor lo hicieron uno de sus favoritos.
Un día el sultán estaba muy hambriento, así que el cocinero de palacio le preparó unas berenjenas. Tan sabrosas estaban, que el sultán ordenó al cocinero que sirviera el mismo plato todos los días.
—¿Acaso no son las mejores verduras del mundo, Hodia? —preguntó el sultán. —Así es, majestad. Son las mejores —respondió Hodia.
Días después, cuando el plato fue servido por enésima vez, el sultán rugió:
—Llévense esta comida. ¡Es horrible!
—Sí, majestad, son las peores verduras del mundo —observó Hodia.
—Pero Hodia, hace apenas unos días dijiste que eran las mejores. 
—Sí, así fue, majestad. Pero yo sirvo al sultán, no a las verduras.

Casarse con una sola marca de manufactura de equipos fotográficos limita tus posibilidades, lo mismo encasillarse a un bando: llámese fotógrafo análogo o digital, fotógrafo de calle, o de moda. Lo ideal es contentarse con el equipo actual sin ansiar el que sigue y si en algún punto hay un cambio conveniente tomarlo sin engancharse. En cuanto a la visión lo mejor es hacer lo que se nos pegue la gana, hoy fotografía de naturaleza, mañana quién sabe… Ser un creador de imágenes y no un esclavo de la clasificación.

Una vez, tres ilustrados monjes viajaban por Turquía con deseos de disputar con los hombres más sabios del país. Preguntaron entonces al sultán a quién podían dirigirse y éste les habló del mullá Nasrudin Hodia. Los monjes explicaron que estaban interesados en conocerlo porque cada uno tenía una pregunta que hacerle. Entonces el sultán mandó llamar a Hodia al palacio.
—Dejemos que hagan sus preguntas —dijo Hodia confiado cuando le explicaron la razón de la visita de los monjes.
El primer monje se puso de pie y preguntó:
—¿Dónde está el centro de la tierra?
—En este momento, ese punto está exactamente bajo la pata derecha de mi borrico —respondió Hodia con seguridad—. Si no me crees, mide la tierra y lo comprobarás.
El primer monje se fue y el segundo preguntó:
—¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
—Tantas como pelos tiene mi borrico.
—¿Cómo puedes probarlo?
—Si no me crees, cuéntalos —respondió Hodia.
—¿Cómo puedo contar todos los pelos del burro? —protestó el monje.
—Tan fácil como puedas contar las estrellas del cielo.
El segundo monje dio un paso atrás, confundido, y el tercer monje se puso de pie:
—¿Cuántos cabellos tengo en la barba? —preguntó. 
—Tantos como tiene mi burro en la cola.
—¿Cómo puedes probarlo?
—Es fácil —contestó Hodia con firmeza—, simplemente arranquemos los pelos de tu barba y los de la cola de mi burro uno por uno y así sabremos el resultado.
Al tercer monje no le entusiasmó la idea y también se retiró, muy impresionado. Los tres estuvieron de acuerdo en que habían sido derrotados.

Hay gente que ve todo desde su «borrico» y no más allá. Se ve desde las propias limitaciones y prejuicios y creemos que esa es la supuesta realidad.

Cuando de pronto el Mulá Nasrudín cayó en la cuenta de que no sabía quién era, se lanzó a la calle en busca de alguien que lo pudiera reconocer.
El gentío era denso, pero se hallaba en un pueblo ajeno y no encontró ninguna cara conocida.
De repente se encontró en la tienda de un ebanista.

¿Qué puedo hacer por usted?, (preguntó el artesano, mientras iba al encuentro de Nasrudín). ¿Desea usted alguna cosa de madera?

Lo primero, primero (dijo el Mulá). ¿Me vio usted entrar en su negocio?

Sí.

Muy bien. ¿Me vio antes alguna vez en su vida?

Nunca en mi vida.

Entonces, ¿cómo sabe usted que soy yo?

El camino se hace mucho más lento intentando dejar huellas a cada paso, buscar reconocimiento, likes, fortuna merma tu capacidad fotográfica, sólo tú puedes hacer fotos como tú. Mira más hacia adentro que hacía los demás.

Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato.
A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin.

Somos los hijos del hombre que le regaló un pato – se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.

Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula.

¿Quiénes son ustedes?

Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato.

El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula.

Y ustedes ¿quiénes son?

Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato.

Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó:Pero… ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida!

Mula Nasrudin se limito a responder:

Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.

La sopa desabrida de la experiencia ajena nunca es lo mismo que experimentar por ti mismo las cosas, está bien escuchar a los gurús de la fotografía pero toma lo que te sirva y experimenta por ti mismo.

Cúmulo de contradicciones. Aprendí a andar en bicicleta a los 23 años. Tengo un burro de mascota. Aficionado al café, las montañas, la naturaleza, la cerveza y la lectura. Hago fotografías cada que puedo.

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